Este es mi Lugar. (Colección FOLA)
Octubre 2015
Octubre 2015
Con la creación de la Fototeca Latinoamericana se inaugura un espacio inédito para la fotografía del continente en Buenos Aires. Un sitio, sin dudas, necesario, pero no ya por lo que pudiera revelarnos sobre las prácticas y las poéticas de este vago y problemático territorio, sino más bien, por las preguntas que abre con cada una de sus imágenes ¿En qué ha devenido aquello que llamábamos Fotografía Latinoamericana? ¿Cuál es su lugar hoy, si acaso este interrogante es pertinente?
Para los asistentes a los Coloquios Latinoamericanos de Fotografía iniciados en México en 1978, el asunto no era particularmente conflictivo. No se dudaba de la existencia de una fotografía propia de América Latina: en todo caso, el desafío consistía en definir sus propiedades, objetivos, alcances y limitaciones. Tras algunas peleas y debates, se convino en que su vocación por plasmar – e involucrarse con – la realidad sociopolítica de la región era lo que mejor la caracterizaba, aunque el sentido que se le daba a esta tarea era bien diferente – por compromiso y significación histórica – al que años más tarde postularía Erika Billeter en su exposición-tesis, Canto a la realidad (1993). Pocos habrían adscripto en ese momento a la primera parte de la afirmación que Jorge Glusberg formulara en el catálogo de la muestra Hacia un perfil del arte latinoamericano (1972), aunque la mayoría coincidía con la segunda: “No existe un arte de los países latinoamericanos, pero sí una problemática propia, consecuente con su situación revolucionaria”.
En las décadas siguientes, el término Fotografía Latinoamericana tuvo que atravesar por todo tipo de cuestionamientos. Sin embargo, éstos no fueron menores a los que sufrió el propio concepto de fotografía, en particular, en relación con su imperativo de registrar “la realidad”. Es sintomático que la reformulación de ambas nociones se produzca de manera simultánea. Y así como los embates sobre la fotografía no la eliminaron como práctica expresiva ¿tenemos motivos para pensar que los dirigidos a la fotografía latinoamericana habrían de erradicar su potencialidad?
En todo caso, la reformulación de la fotografía en su versión contemporánea abrió un extenso campo a su desarrollo como disciplina artística. Las citas y apropiaciones, la resignificación de archivos, la intervención del fotógrafo sobre las situaciones registradas o sobre sus resultados, las imágenes escenificadas, las prácticas conceptuales y las que se complementan con información contextual, la diversificación de formatos y modos de presentación, ofrecen una diversidad de aproximaciones al medio que multiplican las exploraciones estéticas y poéticas.
La Colección de la Fototeca Latinoamericana que se presenta con esta exposición resalta esos rumbos dentro de la fotografía producida en la región. En este sentido, incluye desde obras realizadas a partir de los parámetros clásicos de la disciplina – e incluso, paradigmáticas dentro de su historia, como Mujer ángel, Desierto de Sonora (1979), de Graciela Iturbide – hasta piezas en las cuales la fotografía es tan sólo un instrumento de registro – como en la serie Shibboleth (2007) de Doris Salcedo, que documenta su intervención en Tate Modern, Londres –; desde la mirada impersonal hacia los espacios urbanos de Pablo Hare & Philippe Gruenberg o hacia los interiores provincianos de Guillermo Srodek Hart, hasta las manipulaciones conceptuales sobre el paisaje ciudadano de La Habana de Carlos Garaicoa; desde las experimentaciones con el dispositivo fotográfico de Esteban Pastorino a las construcciones metafóricas de Luis González Palma o Musuk Nolte.
En el centro de la sala, dos obras abordan con ironía ciertos tópicos propios de la “latinoamericanidad”: el kitsch y el sincretismo religioso, en una representativa muestra del pop latino de Marcos López (Santuario, 1998), y la dura confrontación entre tradición, capitalismo y exclusión, en la obra del Colectivo MR de la serie Si no existe el más allá, la tristeza del pobre se prolonga eternamente (2007).
A su alrededor, numerosas imágenes dan cuenta de la pluralidad y creatividad de la fotografía que se produce al sur del Río Grande mexicano: la heteróclita incongruencia política y cultural del rompecabezas de Regina Silveira, la sensibilidad de los registros banales en Polaroid de Alejandro Kuropatwa, los edificios obturados de Alexander Apóstol y los artificiales de Hugo Aveta, las diapositivas rescatadas del archivo familiar por Carolina Magnin y la cámara clausurada para siempre por Mafe García, los deseos acumulados y registrados pacientemente a lo largo de la América Latina por Martín Weber…
Cada una, a su manera, ha encontrado su lugar en esta colección, no menos plural e impredecible. Una colección que hoy inaugura un espacio para proyectarse, desarrollarse y crecer.
Rodrigo Alonso