A Eduardo y a Miguel los conocí de pura casualidad. Estaba en mi auto, detenido en el semáforo, y los vi pasar delante mío, cruzando la calle. La imagen de los dos, idénticos, caminando tomados de la mano e iluminados por el sol del atardecer, fue un impacto muy fuerte para mí. En el acto pensé que les tenía que hacer una foto. Dejé el auto donde pude y salí a buscarlos. Me pareció que iban camino a una parada de colectivo, pero cuando llegué ya no estaban. Miré por todos lados y no los encontré. Un poco decepcionado, me acerqué a un puesto de venta de periódicos y le pregunté al vendedor si había visto a los dos hermanos gemelos que habían pasado recién por ahí. Me contestó que sí, que pasaban todos los días. Le conté que yo era fotógrafo, le dejé una tarjeta con mis datos y le pedí por favor que si los veía se la diera porque quería hacerles una foto. No me hice muchas ilusiones, pero de todos modos pensaba volver otro día a la misma hora a ver si me los cruzaba. No hizo falta. A la tarde del día siguiente recibí un llamado: «Hola Ignacio, soy Miguel, el hermano gemelo de Eduardo». Quedamos en tomar un café. Ni bien los conocí, me di cuenta de que no iba a poder condensar la historia de ellos dos en una sola imagen.
Eduardo y Miguel Portnoy viven juntos en Buenos Aires, Argentina. Nacieron el 1 de mayo de 1968 y desde entonces nunca se separaron. Hoy están solos en el mundo. Su familia murió con el tiempo: su hermano mayor, sus padres, tíos y primos. Tampoco tienen pareja ni amigos cercanos.
Viven juntos en un departamento de dos ambientes en el que comparten habitación, como hicieron toda la vida. Todas las mañanas van al templo a rezar y después a trabajar en la misma oficina. A veces van en colectivo, otras caminando. Siempre juntos.
Los dos son muy creyentes. Los viernes, cuando empieza el sabbat, se visten con traje y se ponen un moño. «Para hablar con Dios hay que estar bien vestido», me dijo Eduardo una vez.
Eduardo nació diez minutos antes que Miguel. En cierta medida cumple el rol de hermano mayor: es el más responsable, el más atento a las normas y el que va marcando el camino. Miguel, como buen hermano menor, es más irreverente y transgresor. Fue él quien me llamó, curioso por hacer las fotos.
Sin embargo las diferencias entre ellos, tanto físicas como de carácter, son muy sobrias. Eduardo y Miguel comparten gustos, rutina y valores. No buscaron diferenciarse ni mucho menos alejarse. Hacen todo solos, pero nunca están solos porque se tienen el uno al otro.
De una u otra manera, a lo largo de la vida todos construimos nuestras formas de contener la soledad. Parejas, amigos, familia, son también muletas sobre las que nos apoyamos para sentirnos menos vulnerables. Eduardo y Miguel no tuvieron que salir a buscar esos recursos; los tuvieron siempre a su lado, desde antes de nacer.